En las últimas semanas se habló muchísimo en Argentina acerca del “mérito”. Mientras que algunas voces sostienen que el contexto socioeconómico en el que nacemos determina en gran medida nuestra prosperidad futura, otras argumentan que el esfuerzo y la perseverancia pueden motorizar el crecimiento de un individuo cuando realmente se lo propone. Desde mi punto de vista, hay un lugar de encuentro entre esas dos posturas aparentemente irreconciliables. En líneas generales, una persona que es criada en un entorno económico muy desfavorable tendrá que luchar mucho más que otra que tiene sus necesidades materiales ampliamente resueltas.
Sin embargo, el panorama cambia cuando disponemos de herramientas que igualan de algún modo el acceso a las oportunidades. Ese es uno de los grandes desafíos que tenemos por delante. No solo en Argentina sino en toda Latinoamérica.
Se resalta muchísimo el valor de la educación como factor igualador. ¿A cuántos nos explicaron cómo administrar ahorros o los distintos instrumentos disponibles para hacer rendir el capital? ¿Alguien nos enseña conceptos básicos como liquidez, riesgo, rentabilidad o diversificación? La independencia financiera es un principio elemental para alcanzar la autonomía y tenemos que empezar a educar a los chicos en esa dirección.
Si, según el Banco Central y el Banco de Desarrollo de América Latina, más del 70 % de los argentinos no conoce un medio tan tradicional como es la inversión en bonos, menos estará al tanto de otros métodos alternativos, rentables y seguros. Vale decir que los plazos fijos y el dólar abajo del colchón no son las únicas opciones disponibles, pero el común denominador de la gente no lo sabe, sencillamente porque nadie se lo dijo. Hay que estimular el espíritu crítico y analítico. Enseñar a pensar, también en términos financieros.
En esa línea, celebro los pasos que estamos dando las mujeres en pos de nuestra independencia económica. Según un estudio de Finnovista y el BID presentado el año pasado, a nivel global la proporción de startups fintech que cuentan con una mujer en el equipo fundador es del 7%, pero, en Latinoamérica, el 33% están cofundadas por mujeres.
Este dato es realmente alentador para las nuevas generaciones, sobre todo porque las finanzas y el Real Estate han sido mercados predominantemente masculinos. Y eso tiene que ver, en parte, con un aspecto cultural. Históricamente los recursos económicos de los hogares familiares estuvieron en manos de los hombres, aunque de a poco veamos un cambio gradual. Esa tendencia decantó en un papel más pasivo de las mujeres en las decisiones económicas y financieras.
No es mi intención entrar en largos debates sobre este último punto, sino mirar a futuro y resaltar todas las transformaciones que se están produciendo, aún cuando todavía falta mucho por hacer. La tecnología hoy ofrece instrumentos fáciles y ágiles de inversión, como puede ser el crowdfunding inmobiliario, que permite a una persona entrar en el Real Estate, un sector usualmente reservado para individuos con muchos recursos económicos, con montos muy bajos (1.000 dólares).
Las mujeres tenemos que empezar a familiarizarnos cada vez más con este tipo de herramientas que nos permiten gestionar nuestros ingresos y ahorros con mayor autonomía, así como también involucrarnos en trabajos y emprendimientos que sirvan para impulsar un cambio e incluir a la mujer en el mercado laboral, sobre todo en el mundo de las finanzas.
Quedar estancados en la discusión del mérito no va a resolver el problema. En un mundo cada vez más globalizado, las herramientas tecnológicas están derribando fronteras y abriendo puertas. Eso también es una oportunidad para las mujeres que buscan la independencia financiera.
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